Un tripulante del 'Team Sun Hung Kai/Scallywag' ha caído al agua en medio del Oceáno Sur durante el transcurso de la séptima etapa de la Volvo Ocean Race, según informaron los organizadores, que reconocieron que con el paso de las horas las probabilidades de encontrarle de forma "exitosa" están "disminuyendo". Un suceso similar, pero que acabó con final feliz, ocurrió hace casi 30 años y contó con un protagonista de Vigo.
El vigués Javier de la Gándara dirigió durante la Vuelta al Mundo de 1989 el rescate de Jordi Domenech, que se había caído al mar. Fue la primera vez que se sacaba del agua con vida a un tripulante a esa latitud
El 10 de noviembre de 1989 trece hombres descubrieron la eternidad que puede haber en dieciséis minutos y la frontera tan frágil, casi inapreciable, que existe entre la vida y la muerte. Ese día el "Fortuna", un maxi de 23 metros, libra una brutal batalla contras las olas en el Índico Sur. El velero español se encuentra en medio de la segunda etapa de la Vuelta al Mundo de vela, la que une Punta del Este (Uruguay) con Freemantle (Australia) y que pasa por ser la más dura por las condiciones extremas a las que se enfrentan los regatistas.
El vigués Javier de la Gándara, de 30 años y un palmarés que le convierte tan joven en toda una personalidad de la vela extrema, gobierna el barco en medio de aquella furia. Han batido en esa etapa tres veces el récord de millas recorridas en 24 horas y el regatista está demostrando su enorme capacidad en una situación complicada como aquella.
El Índico Sur es despiadado para cualquiera, pero especialmente para las tripulaciones de la Vuelta al Mundo que pasan días sin quitarse de encima la humedad y el frío, sometidos al estrés que supone ir permanentemente alerta, sin poder respetar los tiempos estipulados de descanso ni comer con un mínimo de orden. Un castigo salvaje para el cuerpo y para la cabeza que pone a prueba la naturaleza de estos verdaderos héroes.
A las siete de la mañana de aquella jornada inolvidable rodean al "Fortuna" olas de diez metros que estallan de forma violenta contra el casco. El barco sube y baja entre ellas en una montaña rusa interminable. En ese momento hay ocho hombres en cubierta mientras el resto (cinco) disfruta de un breve descanso. Javier de la Gándara permanece junto al timón a punto de realizar una nueva maniobra por culpa de una nueva borrasca que adivinan próxima y endurecerá aún más las condiciones. Han decidido sustituir el "spinnaker" por una vela un poco más resistente y reducir de este modo el riesgo de una rotura que complicase la situación.
No es un movimiento sencillo aunque están acostumbrados a realizarlo; las velas se izan y arrían al mismo tiempo, pero obliga a que un tripulante esté en la punta del tangón ocho metros fuera del barco. Todos permanecen unidos al velero mediante arneses, el anemómetro marca treinta nudos de intensidad del viento, las olas cubren casi por completo al barco. Santi Portillo, Pelayo López y Jordi Domenech son los tres encargados de recoger el "spinnaker" una vez arriado. De repente, la vela dio un fuerte latigazo y uno de los cabos golpeó con enorme violencia la cara de Domenech que se fue directo al agua. El regatista catalán esperaba sentir el tirón del arnés y ser arrastrado por el velero, pero ese momento no se produjo. Con espanto comprobó que había olvidado fijarlo al casco, un pecado mortal en aquellas condiciones.
El subconsciente de todos los que iban a bordo entendía lo que significaba aquel suceso. A esa latitud ningún velero había sido capaz de rescatar con vida a un tripulante que se hubiese caído al mar. La temperatura de solo un grado concede un tiempo mínimo antes de que la hipotermia devore al accidentado y las olas y el viento convierten en una tarea casi imposible encontrar o llegar a la altua del náufrago. Domenech lo entendió de inmediato. Activó la radiobaliza que llevaba en el traje, hinchó el chaleco salvavidas del cuello y adoptó una postura fetal mientras el mar lo llevaba de un lado a otro a la espera de un milagro. Con la vista trataba de seguir al barco, que en apenas unos instantes se había alejado muchos metros empujado por el mar y la intensidad del viento.
En el "Fortuna" el poder de reacción de los tripulantes fue extraordinario. Javier de la Gándara consiguió casi lo imposible, frenar el velero que en ese momento iba desbocado, con la ayuda de Tibau y Quiroga que cortaron las drizas de los "spinnakers" para perder velocidad de modo brusco. Lo normal es que en una situación como esa en apenas unos segundos hayas perdido de vista a la persona que quieras rescatar. La fuerza de las olas, la inercia del barco, la insignificancia de un ser humano en medio del océano?no es casual que en esa situación nadie haya sido capaz de salir con vida. Todos lo sabían, pero todos se dejaron la vida por ser los primeros en hacer realidad el milagro. Domenech, a la deriva, solo veía fugazmente al barco no perdía la esperanza aunque los problemas se le multiplicaban. Mientras sentía cada vez más frío, una manada de petreles comenzó a atacarle con el objetivo de picarle en los ojos.
A duras penas el "Fortuna" consiguió dar la vuelta gracias a la pericia de Javier de la Gándara, que recibía las instrucciones del extraordinario navegante Joan Vila –un catalán afincado desde hace muchos años en Vigo y habitual de la Volvo y la Copa América- sobre la posición que tenía Domenech a quien eran incapaces de ver por la distancia en medio de aquella serie eterna de olas. Hacía un rato que la tripulación trabajaba al completo en el rescate.Los cinco regatistas que descansaban a esa hora saltaron como fieras a cubierta, alguno incluso no llegó ni tan siquiera a calzarse. De la Gándara ajustó el rumbo, apuró la maniobra según las indicaciones de Vila y al fin, en medio de un chubasco de aguanieve, consiguieron divisar a Domenech. Sabían lo que les esperaba. Veían al reloj y eran conscientes de que la hipotermia no les concedería más oportunidades. Incluso iban ya al límite.
En la primera pasada debían subirle a bordo porque una maniobra más supondía un tiempo extra que Domenech y su temperatura corporal no tenían. Los regatistas se colgaron de la cubierta y esperaron a que el patrón vigués ajustase al máximo para poder alcanzarlo con sus manos. Y así fue, engancharon a Domenech y le subieron a bordo de un fuerte tirón. Durante horas le metieron en el cuerpo agua caliente, miel y azúcar y poco a poco el catalán fue recuperando la sensibilidad en su cuerpo. Llovieron los abrazos y las lágrimas liberalizadoras después de estar sometidos a semejante tensión. No les importaba pero acababan de hacer historia, salvar a un hombre de las fauces del Índico Sur, de un lugar donde "hombre al agua" significa "hombre muerto".
La operación de salvamento no había salido gratis. Quino Quiroga se había roto la clavícula en su intento por ayudar a frenar el barco y Héctor López Piqueras sufría ligeras congelaciones en los dedos de sus pies porque había estado demasiado tiempo descalzo en cubierta. A nadie le importó. Acababan de ganar su Vuelta al Mundo. La noticia corrió como la pólvora entre el público que seguía la competición y a la llegada a Freemantle más que del vencedor de la etapa, los medios de comunicación y los aficionados a quienes querían ver era a los tripulantes del "Fortuna" y escuchar de su boca el relato de aquella odisea.
Toda la tripulación, pero sobre todo Javier de la Gándara fue reconocido por la maniobra que habían protagonizado ese 10 de noviembre de 1989. El patrón vigués fue distinguido con la Cruz de Oro de Salvamento Marítimo aunque para él y para sus compañeros de aventura lo más importante, su mayor triunfo, fue sacar del mar a Jordi Domenech, el hombre que confesó que después de lo sucedido aquella madrugada había pasado a tener "doce hermanos".