La planificación más meticulosa puede venirse abajo en un instante. Carlos y Linda habían preparado cuidadosamente las 5.000 millas de la travesía del Índico, desde Indonesia hasta Sudáfrica, dividiéndola en tres partes, pero todo se fue al traste por una avería inesperada. En medio del océano reaccionaron cambiando de planes sobre la marcha, valorando los pros y contras de cada opción, conscientes de que nadie podía acudir en su ayuda, el Mirniy sigue adelante con su proyecto de vuelta al mundo.
Todo ha cambiado en un segundo. El piloto automático ha dejado de trabajar. Estamos en medio del océano Índico, a más de 1.000 millas de nuestro destino, en Madagascar, muy lejos, demasiado lejos; y afrontar la peligrosa zona norte de esta isla con el desgaste que habremos acumulado no es una buena idea, ni lo es ponerse a la capa para descansar tan cerca de tierra. Aquí sopla un viento de más de 25 nudos, con rachas de 30, y olas de tres a cinco metros.
Me doy cuenta de que, aun sin estar en una situación de peligro extremo, el esfuerzo al que nos enfrentamos es enorme; no podemos esperar ninguna ayuda del exterior. Una voz interior me susurra “cuidado, la fatiga te hará cometer errores”, pero también siento que estoy preparado para este tremendo reto gracias a mis años de entrenamiento como atleta de élite y los valores de capacidad de sufrimiento, disciplina y determinación que el tenis me ha inculcado. Tengo que hacer un plan y tomar una decisión. Y tengo que hacerlo rápido.
Los problemas empezaron anteayer, cuando el piloto automático dejó de funcionar por primera vez. En un mundo perfecto tendríamos un segundo piloto y un piloto de viento, pero ese no era nuestro caso.
Me pongo al timón y pienso preocupado qué es lo que puede estar ocasionando el fallo. Necesito chequear el sistema, pero Linda sigue en cama – está con mareos desde que salimos de la protección de las Chagos, donde acabamos de pasar tres semanas de ensueño – y no puede llevar la rueda.
En esta situación me tengo que poner a la capa. Recuerdo los libros de los grandes navegantes como Bernard Moitessier o Joshua Slocum explicando cuándo y por qué se pusieron a la capa. Es una maniobra que nunca he practicado —gran error, me digo a mí mismo—, pero no tengo elección y sin pensarlo dos veces, dejo los dos rizos en la mayor, cazo la botavara al centro de crujía mientras viro dejando cazada la escota del foque hasta que queda acuartelado, ¡y voilá! El barco encuentra solo una posición de equilibrio, con el viento entre 30 y 60 grados por la proa.
Texto y fotos: Carlos Cuadrado.