El ‘Bark Europa’, un bergantín a bordo del que navega la española María Intxaustegui. Foto: Jordi Plana Morales.

Pocos símbolos de cambio hay más inspiradores que el viento. Si hace unos años hubieses dicho a tus padres o abuelos que en el futuro los veleros volverían a surcar los mares para liderar el progreso frente al carburante se habrían reído en tu cara. Es más, probablemente se sigan riendo ahora. Pero puede que tus nietos se rían de lo contrario. El futuro se parece a veces a una distopía vintage o ‘steampunk’, donde lo que era moderno se revela anticuado, y lo que era anticuado, moderno. Ante el avance de la crisis climática, numerosas iniciativas integradas por científicos, ingenieros y apasionados del mar en general están emprendiendo proyectos de restauración o diseño de barcos basados en la tradición milenaria y en la tecnología puntera con el objeto de volver a navegar, como Ulises, con el viento.

Eran una síntesis de la relación milenaria del hombre con la naturaleza en un tiempo en que la pesca, los viajes o el comercio dependían de la experiencia y el conocimiento de los vientos, las mareas y las estrellas. Se extinguieron en el siglo XX, pero apenas cien años después los veleros vuelven con una mezcla de romanticismo e innovación para barrer y limpiar el mar del lastre de un sector altamente contaminante. Las aerolíneas llevan años a debate, pero más del 80% del comercio mundial se realiza por transporte marítimo, hasta ahora quemando fueloil pesado, un residuo del petróleo, tóxico y de nombre bélico: combustible búnker. En 2016, la Organización Marítima Internacional (OMI) reaccionó exigiendo una reducción de emisiones de azufre a todos los envíos comerciales a partir de 2020.

Embajadores del cambio

Uno de los primeros en reaccionar invocando a los clásicos fue Jorne Langelaan, un holandés errante con larga experiencia marinera que fundó en 2018 Ecoclipper, iniciativa con sede en La Haya que promueve el transporte marítimo ecológico y los viajes a vela para reducir la huella de carbono. Hace 10 años le decían que estaba loco, pero en este tiempo ha visto medrar una familia internacional de aliados que hoy representan los grupos Sail Cargo Alliance International Windship Association. Langelaan, miembro de una familia marinera, se inició con apenas 12 años: «En los 90 navegué en un velero de carga por primera vez, la goleta Avontuur, al mando del famoso Capitán Paul Wahlen. Tras navegar como marinero profesional en otros barcos por los siete mares, en 2007 fui uno de los fundadores de Fairtransport para restaurar y operar dos cargueros de vela”.

Se trataba del Tres Hombres, un bergantín de la Segunda Guerra Mundial, y el Nordlys, un queche de madera de 1873. Hoy son los embajadores del cambio. Junto a otros veleros históricos reconvertidos en mercantes, forman una flota de cargueros fletados por importadores éticos como Shipped by Sail, New dawn traders, Les frères de la côte, Timbercoast y otras empresas responsables de Reino Unido, Francia o Alemania. Han dado un salto en la última década debido a la creciente conciencia de los consumidores ante la crisis climática. Promueven los viajes cooperativos, abanderan la filosofía slow travel y explican el incremento de sus precios o plazos de entrega por el coste ambiental que combaten, apelando a una forma de vida menos frenética: “El desafío es cambiar la mentalidad de personas que han crecido con una determinada forma de hacer las cosas, con frecuencia perjudicial para el medioambiente, o que consideran inseguro navegar sin propulsión mecánica y con métodos de navegación tradicionales en vez de con innovaciones de alta tecnología. Pero es fácil demostrar lo seguro que es, y que un motor no necesariamente mejora la seguridad. EcoClipper elige sistemas probados, desarrollados durante cientos de años y que funcionan», explica Langelaan.

No buscan competir con las industrias convencionales, sino ofrecer alternativas de bajas emisiones para mercancías que van desde el aceite de oliva portugués al café colombiano, pasando por especias, vino, ron, chocolate… Todas estas empresas nacieron bajo la misma premisa: ¿Puede ser responsable el comercio justo si no lo es su medio de transporte? La respuesta a esta pregunta no solo fue europea. En Costa Rica, la canadiense Danielle Doggett está construyendo un velero bautizado como Ceiba, que puede convertirse en el velero eléctrico más grande del mundo utilizando energía solar y eólica. Su construcción se ha convertido en todo un proyecto comunitario que utiliza madera del bosque tropical que están reforestando. Jorne Langelaan explica que su empresa dará también ese paso con una flota de nueva construcción: “Hemos acabado ya el diseño del EcoClipper500 (una réplica del clipper holandés Noach, de 1857), y estamos negociando con astilleros su construcción”.

Holanda es tierra de tradición marinera, y como Inglaterra o Alemania abandera con orgullo su historia naval destinando algunos de aquellos flamantes barcos a buques escuela o viajes de aventura. Un ejemplo es el Bark Europa, un espectacular bergantín a bordo del que navega la española María Intxaustegui, que protagonizó una odisea transatlántica en plena pandemia. Pero también en nuestras costas fondea un buque insignia de la causa ambiental que surca las aguas del Mediterráneo como antaño las naves fenicias: el Toftevaag, un bonito queche noruego de 110 años que tras servir como carguero en la Segunda Guerra Mundial fue restaurado en los 80 y se dedica a la investigación y conservación marina gracias a iniciativas como Alnitak y Save the Med, con base en Mallorca. Su nombre significa “lugar de encuentro” en referencia a un antiguo puerto vikingo.

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