El casco de un barco supone toda una plataforma de cultivo y un escenario idóneo para la vida marina de microorganismos, las llamadas incrustaciones. El limo, las algas y el popular caracolillo son los principales causantes de que el coeficiente corredera sea una ridícula proporción más que un dato sobre el rendimiento del barco en navegación. Y es la proliferación de la fauna marina adherida al barco supone una menor velocidad y un mayor consumo de combustible. Por suerte el problema tiene solución, que pasa por la aplicación de antifouling.

Tipos de incrustaciones

Básicamente hay dos tipos de incrustaciones que se aprecian al sacar el barco del agua: las de origen vegetal (limo y algas) y las de origen animal (los “caracolillos”). En ambos casos su presencia advierte de la necesidad de mantenimiento y de aplicar un antifouling adecuado.

Los limos son los primeros en aparecer en la obra viva. Por supuesto no es solo una especie fácilmente identificable, sino toda una colonia de microorganismo que van desde algas hasta bacterias. En los cascos de fibra de vidrio el problema no es mayor que la pérdida de velocidad, sin embargo, en cascos de madera estos “miniseres” pueden suponer una condena.

Más visibles son las incrustaciones de origen animal. En la gama podemos encontrar especies calcáreas, moluscos, esponjas y seres similares pegados al casco del barco, el eje y las hélices. Su proliferación no es homogénea, sino que depende de la luz solar que les llegue, la salinidad y calidad del agua, corrientes, etcétera. De hecho, son un buen indicador del estado de las aguas. A más animalitos incrustados en el casco, mejor calidad de las aguas y menos contaminantes. Lo que supone acortar los periodos de mantenimiento.

Patente y antifouling

En España a las pinturas que se aplican en la obra viva del barco para evitar las incrustaciones se las llama patente, aunque cada vez es más usual referirse a ellas como pinturas antifouling. En realidad son sinónimos de la solución a las incrustaciones.

Hasta hace una década las pinturas antifouling eran bombas químicas con alto contenido en plomo. Por suerte, la IMO tomó cartas en el asunto y ahora las patentes se desarrollan con productos “respetuosos” con el medio ambiente. Entrecomillado porque a fin de cuentas se trata de una sustancia con biocidas que impide la proliferación de vida en lugares que de otra forma serían ecosistemas por sí mismos.

Podemos diferenciar tres tipos de patentes en función de la calidad de las aguas y la funcionalidad del barco:

Autopulimentables: ofrecen protección durante más tiempo. Se trata de un compuesto que se va deshaciendo tras su aplicación de forma muy lenta liberando el biocida que contiene y evitando que aparezcan microorganismos. Están indicadas para embarcaciones de poca velocidad y amarradas en aguas tranquilas.
Matriz dura: combina resinas solubles e insolubles. Realiza una suerte de ósmosis por la que libera el biocida al tiempo que absorbe agua del medio. La ventaja de esta patente es que puede tenerse el barco en varadero sin que el antifouling pierda sus propiedades. Es recomendable eliminar las capas anteriores antes de aplicar una nueva.
Alta competición: están en el “olimpo” de los antifouling. En su composición se utiliza incluso grafito y teflón, eso hace encarecer el precio, pero merece la pena cuando un nudo vale un premio.
En esto de las patentes es como en los colores, es mejor dejarse llevar por los gustos y la experiencia. Hay que considerar aspectos como las corrientes, salinidad, navegación, zona…

Personalmente, cuando tengo dudas sobre el antifouling pregunto al compañero de pantalán sobre su experiencia, a la que sumo la propia. Así he conseguido, después de 10 años, la patente que realmente funciona en mi barco.

Fuente: navegar.com 

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