El heroico episodio protagonizado por este jovencísimo y desconocido marino de origen gallego, Beltrán de Castro y de Las Cuevas, contra uno de los piratas más temidos de finales del siglo XVI, Richard Hawkins, tuvo lugar en medio de la guerra que, desde 1588, enfrentaba a España e Inglaterra por el dominio del viejo continente. En concreto, desde que produjo el ataque de la Armada Invencible por parte de Felipe II para destronar a Isabel I e invadir las islas británicas. Murieron 11.000 hombres y, un año después, durante la revancha de la Contraarmada, otros 15.000 más.
En medio de las más cruentas batallas entre las dos potencias más grandes del mundo, los piratas de antaño encontraron la justificación perfecta para iniciar todo tipo de ofensivas por sorpresa contra los dominios españoles en todos los mares. Ahora rebautizados como «corsarios» y con patente de corso de la Reina de Inglaterra para que pudieran saquear a gusto las costas y robar a la población. Figuras que seguían los pasos del temido Francis Drake, como Thomas Cavendish, que regresó a las andanzas con seis barcos. Y después, Walter Raleigh, íntimo de Isabel I; Martin Frobisher, veterano de la Contraarmada; George Clifford de Cumberland, terror de las naves portuguesas, y John Hawkins, primo de Drake y comerciante de esclavos.
Cuando este último regresó a Inglaterra con varias de sus naves maltrechas por el temporal, decidió que era el momento de retirarse y cedérselas a su hijo, Richard Hawkins. En total, tres barcos: la Dainty, un galeón de unas 500 toneladas armado con 30 cañones que había sido bautizado por la misma Reina; el Fantasy, un patache de dos velas muy ligero y destinado a la vigilancia, y una nao de pertrechos de un centenar de toneles y ocho cañones. Toda una pequeña flota con la que este corsario de 32 años se lanzó contra las colonias españolas en América confiado de su superioridad. Era un buen momento para salir a saquear, pero el inglés claramente menospreció la capacidad de su enemigo para defender las remotas costas del Pacífico. Así lo cuenta el escritor e historiador Víctor San Juan en su último libro, « Veintidós derrotas navales de los británicos», que acaba de reeditar Renacimiento, en el que recoge este episodio y otros de la supuestamente todopoderosa Royal Navy.
Ocho meses de viaje
Las operaciones británicas en aguas del Pacífico en aquellos últimos años del siglo XVI fueron consideradas por la Corona Española como asaltos salvajes e injustificables. Felipe II decidió que cualquier navegante no español que surcara este océano debería de ser tratado como un pirata y, como consecuencia, aplicarle todo el peso de la ley. Estos significaba básicamente ejecuciones sumarias sin más preámbulos ni formalidades.
En esa situación se encontraba la diplomacia internacional cuando la expedición de Hawkins zarpó del puerto de Plymouth el 24 de mayo de 1593. Tardó cuatro meses en llegar a las costas de Sudamérica, a pesar de que no pudo detenerse en las Islas Canarias debido a los temporales. La Dainty tardó ocho meses en llegar al nuevo continente y cruzar el estrecho de Magallanes, en una travesía en la que perdió dos de sus barcos de apoyo. Y luego inició el ascenso por las costas de Chile hasta que se detuvo en la bahía de Valparaíso, donde descansaron y se prepararon para la rapiña.
Las primera víctimas fueron cuatro barcos mercantes por cuyo rescate Hawkins obtuvo 25.000 ducados. Y secuestró después por la fuerza a un avezado piloto español que más tarde sería clave en su derrota: Alonso Pérez Bueno. Era muy difícil creerse lo que Richard Hawkins sostuvo años después en un escrito muy detallado: que él iba a las costas españolas como geógrafo, y no como pirata, para realizar sus pertinentes investigaciones. En aquellos años, las naves inglesas estaban asociadas al saqueo, como así contaron muchas de las víctimas de sus tropelías.
Beltrán de Castro
Cuando al virrey de Perú, García Hurtado de Mendoza, le llegaron noticias de los ataques de Hawkins, puso inmediatamente en marcha el plan que se había previsto cuatro años antes con los saqueos de los otros corsarios ingleses en las costas del Pacífico: preparar cinco galeones de 500 toneladas, con entre 25 y 30 cañones cada uno, y cinco buques de apoyo más, para salir en busca de los piratas. Una embarcación ágil, rápida y con gran capacidad ofensiva que puso al mando de Beltrán de Castro y de Las Cuevas, una desconocido marino español de 22 años y buena familia.
La primera noticia que se tiene de su carrera militar lo sitúa al servicio de Felipe II en la jornada de anexión de Portugal, en 1580. Allí ejerció el cargo de capitán y destacó en algunas acciones bélicas antes de ser destinado a las Indias y hacerse cargo de la caza del temido Richard Hawkins. Con esa misión partió de El Callao el 24 de mayo de 1594, mientras el virrey trataba de avisar al istmo de Panamá y virreinato de Nueva España de la presencia del «depredador» inglés, así como a todo el litoral español.
Poco después, el 3 de junio de 1594 llegaba a Lima el mensaje de que la nave de Hawkins había sido avistada cerca de Arica, ciudad al norte de Chile, en dirección a las costas de Perú. El virrey mandó rápidamente un esquife para avisar a Beltrán. La noticia le llegó al joven marino dos días después, mientras el piloto español secuestrado condujo a la Dainty hasta El Callao, sede en aquellos momentos de la recién nacida Armada del Mar del Sur, sin que el corsario inglés se percatara del engaño.
La tormenta
En la madrugada del 5 de junio la nave inglesa fue avistada por Beltrán. Hawkins tuvo suerte de que, de repente, se desatara una tormenta que desmanteló las arboladuras de dos de sus principales galeones. El pirata pudo huir delante de sus narices. Aún así, asustado por la amenaza de que se les acercara más, tiraron por la borda todo el botín que habían hecho en las jornadas anteriores para ganar velocidad y llegar pronto a la isla de Lobos y Huanchaco.
Alonso Pérez fue abandonado en estas tierras sin represalia alguna y Richard Hawkins continuó su marcha más confiado de que había logrado perder de vista a Beltrán de Castro. Pero no fue así. El español lo persiguió incansablemente durante una jornada interminable con las costas a la vista para no ponerse en peligro. Hawkins, que en ese momento se encontraba en desventaja, se defendió dignamente. Sin embargo, las ganas acumuladas por sus adversarios, ante la visión de las tropelías que habían causa en territorio español, y las ansias por echarle el guante fueron mayores.
El 30 de junio, harto de huir y tras soñar que el español le había atrapado, el inglés decidió lanzar un ataque por sorpresa y a la desesperada que fue rechazado de nuevo. La tripulación de 120 marinos que sobrevivía a las embestidas de los españoles se encontraba herida y con sus naves anegadas por el fuego al que les había sometido Beltrán de Castro. La cubierta se encontraba cubierta de serrín para evitar patinazos con la sangre que se había derramado. Todos en la Dainty comprendieron que sus saqueos y rapiñas se habían acabado. Y aunque intentaron de nuevo una escapatoria, no hubo manera.
Cuerpo a cuerpo
El 2 de julio los alcanzó de nuevo, lanzando una salva de cañonazos e invitando a Hawkins a rendirse. Este se negó y, tras dejar el barco pirata desarbolado y sin posibilidad de maniobrar, pudieron ponerse a su lado y se lanzaron al abordaje para luchar cuerpo a cuerpo. Superados, el Dainty izó finalmente la bandera blanca y se rindió. Más de 30 piratas yacían muertos sobre la cubierta y otros tantos heridos. El corsario inglés estaba también herido con dos balazos que ponían punto final a su carrera criminal.
El joven Beltrán de Castro supo llevar la situación y no se dejó llevar por la ira. Apresó al capitán pirata y a los 90 supervivientes, repararon las vías de agua que tenía el Dainty y lo pusieron a remolque. Como los barcos no estaban en buen estado y el prisionero era muy valioso como para perderlo, decidió poner rumbo a Panamá, que era la ciudad importante más cercana y no regresaron a Lima hasta el 14 de septiembre. El virrey, a pesar de ser de madrugada, ordenó el repique de las campanas y la celebración de una misa especial en la iglesia de San Agustín para dar gracias.
Richard Hawkins fue paseado por las calles de la capital peruana para que la población a la que había pretendido robar, matar y violar se desahogara a gusto con él. Después fue arrestado por la Inquisición y enviado a un calabozo. La falta de luz y el odio de los carceleros que pretendían quemarlo vivo por hereje le volvieron prácticamente loco. Al final fue enviado a España y encarcelado de nuevo durante siete años en prisiones de Sevilla y Madrid, hasta que, en 1602, fue enviado a Inglaterra. Allí fue nombrado caballero, pero nunca más se le ocurrió embarcar en una nave ni echarse al mar.